EL ZUMBIDO DEL MOSCARDÓN

LA CASA COMÚN

Por: Alejandro Leyva Aguilar

Dejemos a un lado la política de cuarta y centrémonos en una que nos compete a todos y en la que no debe haber disensos en favor del bien común.

Quiero aclarar que soy católico por bautismo que yo no pedí, que no creo en los milagros -quizá hasta que me pase uno- que no soy afecto a adorar imágenes de barro, madera, yeso o cualquier otro elemento; que no voy a misa, no comulgo, ni confieso mis pecados – solo a mi mismo-, no dejo limosna en los templos ni hago oración -a menos que toque a guitarra y cante-; no visito a los enfermos -a menos que sean mis familiares- y menos voy a las cárceles a compadecerme de los reos.

Es decir, si hubiese una escala para calificar a un buen católico, yo estaría reprobado. Sin embargo, pienso que, en todas las religiones, hay mucho de malo, pero también cosas buenas y en la católica existe algo así como una conciencia de los valores, por ejemplo, de la familia, del hogar ortodoxo, es decir Padre (varón), Madre (mujer) e hijos (mujeres u hombres). La grey católica fomenta el cuidado de hogar.

La familia es la célula social. De ahí se desprenden las normas de convivencia y el fomento de los valores que rigen a la comunidad entera, por tanto, si esos valores se van perdiendo, la misma sociedad sucumbirá por la falta de los mismos.

A lo largo de mi vida conviví mucho con la naturaleza, tuve acceso a aguas cristalinas y rebosantes de vida en las playas de la costa de Oaxaca, me despertaron infinidad de cantos de pájaros en los amaneceres en Pluma Hidalgo y al igual -sin luz eléctrica y aun con ella- me arrullaron un millón de grillos en cuanto el sol se ponía.

En una ocasión de bonanza en la cosecha del café, una de las dos personas más importantes en mi vida, mi padre Feyley, me dio una lección. En aquella época el precio del café estaba alto y en mi supina ignorancia le dije que además de la producción de su finca, comprara más café a los pequeños productores para venderlo, como hacían muchos finqueros en ese tiempo, que se estaban volviendo millonarios.

Él me dijo que el café es un cultivo muy noble al igual que la tierra, que no debíamos aprovecharnos de ella y que lo que producía su finca, nos daba para mantenernos bien a todos en la familia, que no necesitábamos más… creí que ese era un pensamiento mediocre, pero apenas dos cosechas después, el precio del café, se vino abajo y aquellos finqueros que habían hipotecado sus bienes para comprar más de lo que producían, se vinieron a la banca rota… algunos perdieron sus fincas, sus propiedades y hasta la vida, Feyley en cambio no tenía deudas.

Economía de mercado, se llama el modelo en el que vivimos y eso nos ha hecho destruir nuestra casa común a causa del dinero. Por eso me refiero al catolicismo y en específico a la encíclica 180 del Papa Francisco denominada “Laudato sí” que habla del “cuidado de la casa común”.

Dice Francisco “esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes… olvidamos que nosotros mismos somos tierra… nuestro propio cuerpo está construido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da aliento y su agua nos vivifica y restaura”.

Los humanos y sobre todo esta generación, no le hemos dado el valor que en realidad tiene nuestra casa común y a nombre del dinero hemos deforestado selvas, extinguido especies animales y vegetales que forman parte de equilibrio ecológico, hemos ensuciado los mares con desechos sólidos y muchas veces tóxicos, hemos extraído millones de toneladas de agua subterránea y contaminado la superficial, hemos calentado tanto a planeta, que el punto de retorno ya casi es invisible.

Este año que acaba de pasar es especialmente preocupante pues es evidente que el deshielo de los polos y en específico de la Isla de Groenlandia está ocurriendo a un ritmo tan acelerado que rebasó los pronósticos de los modelos y eso hará que en este 2023, se eleve el nivel de los océanos.

Groenlandia es el termómetro del daño ecológico, según la revista Nature, el derretimiento del casquete polar de la isla, se está produciendo más al interior de lo que se pensaba, los científicos calculan que este derretimiento aumentará el nivel del mar en 13.5 a 15.5 mm al verter miles de millones de agua dulce al mar.

Y lo peor es que, ya no podemos hacer mucho porque el punto de equilibrio del deshielo en Groenlandia, ha rebasado la mitad del territorio. La isla se deshiela más rápido de lo que se congela, así que los esfuerzos van a centrarse en hacer más lento el derretimiento, pero no en pararlo.

Es obvio que eso nos va a matar a todos en un momento dado, será algo así como el diluvio de Noé, la madre tierra tendrá que hacer un control de la plaga más grande que ha tenido sobre su superficie. Habrá más sequías, más inundaciones, huracanes más poderosos, incendios, hambruna…

No encuentro una conclusión en la encíclica de Francisco ¿qué nos queda?, pues si creemos en Dios, rezar -tendré que aprender a hacerlo-

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