DE LA FE AL FANATISMO
Por: Francisco Alejandro LEYVA AGUILAR
Celebramos en México y en buena parte de Latinoamérica a la “morenita” del Tepeyac, a la Virgen de Guadalupe que un día como hoy de 1531 se le apareció al indio Juan Diego (ahora San Diego) en una de esas pocas elevaciones del altiplano denominado Anáhuac, curiosamente a 10 años de haberse iniciado la Conquista de México.
Y la fe, muchas veces convertida en fanatismo perdura a 492 años de ese controversial hecho en que la imagen de una mujer, quedó supuestamente grabada en el ayate del indio Juan Diego que andaba buscando en el cerro del Tepeyac, algo que no era común en esa temporada, por el frio… flores de primavera.
El ayate luce hoy majestuoso en la Basílica elevada a la Señora de Guadalupe que año con año recibe millones de peregrinos que viajan desde los cuatro puntos cardinales a rendirle honores y pleitesías a… una imagen, muchos de los millones de peregrinos, ha sufrido accidentes y han perdido la vida por llegar al Tepeyac, solo por ver el manto porque la jerarquía católica no deja siquiera tocarlo.
Pero ¿qué es más probable?, ¿que una imagen se le haya aparecido al indio Juan Diego y haya quedado plasmada en el ayate o que la Iglesia católica con todo el poder que tenía en 1531 haya inventado le echo para convencer a la indeada mexicana que existió una madre de Dios y esa se le apareció a Juan Diego justo a 10 años de la encarnizada lucha de conquista?
Hay una buena película que se llama “la otra conquista” que narra la historia de Topiltzín, un hijo legítimo de Moctezuma Xocoyotzin que sufre justamente una conquista diferente y él lucha por preservar sus tradiciones, sus costumbres y hasta su religión en contra de la aplanadora católica de los reyes de Castilla -que no España-. La imposición de la nueva cultura y la nueva religión, fueron tan brutales como la propia guerra.
El sincretismo lo vemos también esparcido por toda la historia de los pueblos mexicanos y latinoamericanos. La guadalupana es, per se misma, un sincretismo.
Por tanto, hechos como la aparición de la virgen de Guadalupe en México, están salpicados por todos lados en la geografía mexicana y latinoamericana. Los sacerdotes franciscanos, jesuitas y dominicos, debían hacer “algo” para atraer la atención de los indios de América que seguían creyendo en sus dioses.
Y así encontramos imágenes de vírgenes por doquier o de santos y pequeños niños dioses capaces de curar enfermedades, sanar heridas, conceder deseos, conseguir trabajo, parejas, divorcios, herencias… esas imágenes son una válvula de escape a la presión social de los americanos hispano parlantes, por eso se vuelcan a las carreteras a correr por el asfalto seguidos de reemplazos para cuando las piernas flaqueen, o determinan una distancia para recorrerla de rodillas y llegan ensangrentados ante la imagen de la virgen, de su virgen, de su imagen.
Pero ¿qué puede hacer un trozo de tela, madera, cerámica o plástico?, ¿por qué el mexicano sobre todo, exponencializa la fe para llevarla al fanatismo?, ¿que poder ejercen las imágenes en la mente de los mexicano que literalmente los obnubila de verdad?… porque es claro que un trozo de ayate, un muñeco de cerámica o madera, incluso de plástico, puedan resolver los millones de problemas que tenemos.
Sin embargo creemos que pueden y por eso las peregrinaciones a ver el ayate del Tepeyac, a la muñequita de Juquila, al “tata chú”, al niño de Atocha, a Chalma y a muchísimos otros puntos de reverencia de los católicos por las imágenes, haciendo a un lado la incontrovertible realidad de que quienes se curan, quienes consiguen un empleo o se pueden comprar el vehículo anhelado, son ellos mismos y en nada influyó una imagen.
Si los santos y las vírgenes vivieran, lo harían realmente como dioses, ¿han visto la cantidad de joyas y oro que posee la virgen de Juquila alguna vez?, los que saben, me dice que debajo del templo, hay una bóveda donde guardan millones de pesos que llegan a Juquila casi a diario vía los peregrinos y que de cuando en cuando, camionetas de valores blindadas, van a recoger el tesoro para transportarlo al Obispado y de ahí al Vaticano.
Es incontrovertible que hay algunos sacerdotes que, por esas limosnas (las cuales no pagan impuestos ni aportan al Producto Interno Bruto), viven como “nerones”, rodeados de lujos y excesos como Onésimo Zepeda, Obispo de Ecatepec cuya cava de vinos está valuada en 10 millones de pesos… ¡ese si que supo convertir el agua en vino!
Me pregunto entonces ¿vale la pena arriesgar la vida corriendo a pie por una carretera para ir a ver una imagen que no tiene ninguna influencia sobre la vida cotidiana?, ¿no es mejor que, si le tienen tanta fe, recen u oren desde su casa para evitar accidentes y exponerse a la muerte?.
Ya lo dice la misma Biblia en Éxodo 20:3 “No tendrás otros dioses delante de mí. No te harás ídolo ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No los adorarás, ni los servirás”. ¿Entendieron?